ALBERTO SPENCER: EL HOMBRE DE LA ‘CABEZA MÁGICA’ (Capítulo 10)

ALBERTO SPENCER: EL HOMBRE DE LA ‘CABEZA MÁGICA’ (Capítulo 10)

POR: RAÚL CRUZ MOLINA

(Quito, febrero 3).- La nueva cita por la Copa Intercontinental está programada para el 4 de septiembre de 1961. En el Estadio da Luz de Lisboa, frente a Benfica de Portugal. Esta vez la disputa tiene una variante positiva: Peñarol comienza la ‘llave de ida y vuelta’, jugando como visitante. Está claro que el Benfica no es el Real Madrid, pero el ‘once lusitano’ había conseguido vencerlo acabando con el dominio aplastante del club ‘merengue’, que tuvo una larga duración.

Los ‘fantasmas’ de aquella humillante goleada se pasean desafiantes por la memoria de los jugadores uruguayos. Aquella tarde del diluvio de goles en el ‘Santiago Bernabéu’ no puede repetirse bajo ninguna circunstancia, se juramenta el plantel ‘aurinegro’.

Ha pasado exactamente un año de esa catástrofe y el técnico Roberto Scarone toma todas las previsiones para no recibir sorpresas. Bela Gutman hace lo propio en las filas del Benfica. El controvertido y drástico DT húngaro, que acabaría tras esa Copa dirigiendo a Peñarol, conocía plenamente los puntos altos del funcionamiento colectivo del equipo uruguayo.

Había viajado días antes hasta España para mirar el desempeño de Peñarol en el ‘Torneo Ramón de Carranza’. Y en sus anotaciones, el nombre de Alberto Pedro Spencer tenía especial atención. “Es un caníbal que se come vivo a los arqueros”, le contaron voces amigas al frenético conductor magiar. 

Ni corto ni perezoso, el controvertido DT húngaro puso un hombre a vigilarlo durante todo el partido para quitarle esos metros de luz que ‘Cabeza Mágica’ aprovechaba para fulminar a los arqueros. El trámite es equilibrado, pero Peñarol juega al ataque. Busca con insistencia el arco de Costa Pereira, pero no consigue doblegarlo. El primer tiempo termina con el marcador en blanco. Es un buen negocio para los ‘Carboneros’.

A los 15 minutos del complemento, el volante Coluna vulnera el cerrojo uruguayo. Toma la pelota en la mitad de la cancha y lanza un bombazo sorpresivo y letal desde 30 metros. El proyectil pega en la parte baja del travesaño y se mete en el arco del ‘Gato’ Luis Maidana.

Fue el gol del triunfo. Peñarol sabe que la opción en el choque de vuelta está abierta. No hay signos de drama por la derrota. Más bien, prima el optimismo. Peñarol dejará la vida en la cancha para convertirse en campeón del mundo.

El choque de revancha espera en el Centenario de Montevideo. Está fijado para el 17 de septiembre de 1961. ‘Cabeza Mágica’ vive un tiempo especial. Espera el nacimiento de Alberto, su primer hijo, de los tres que procrearía, fruto de la unión con María Teresa Capetillo, ciudadana chilena con la que había contraído nupcias el 20 de julio de ese mismo año, en una ‘boda exprés’ e íntima que se cumplió en Santiago de Chile.

En apenas dos días, Spencer había pasado al ‘equipo de los serios’, solo que los compromisos con Peñarol le dejaron sin ‘luna de miel’. Con el aliciente del amor y la nueva vida en pareja, espera el choque frente al Benfica.

Bela Gutman pisa la cancha del Estadio Centenario y agita el avispero. “Este campo está para sembrar papas y no para jugar al fútbol”, dispara provocando un enorme enojo en el pueblo uruguayo, que se siente seriamente atropellado.

Peñarol entra revolucionado y barre en 19 minutos al equipo portugués. Pepe Sasía abre el tablero y el estruendo, a los 9 minutos desde el punto penal. Juan Joya Cordero emboca el segundo en el minuto 17 y el tercero, en el minuto 19. El Centenario es un manicomio. El partido está liquidado, pero el once ‘aurinegro’ no quita el pie del acelerador.

A cuatro minutos del final de la primera fracción, Cano le roba la pelota a Coluna y tira un pase en profundidad para Spencer. Alberto ‘prende el reactor’, deja sembrados como muñecos inservibles a los defensas portugueses y ya está frente al golero Costa Pereira. Define con tiro bajo por entre las piernas del arquero lusitano. El Centenario palpita. Tiembla el cemento. 4 a 0. Una verdadera paliza.

Y faltaba el quinto. Se produce a los 15 minutos del complemento. Aguerre roba una pelota en la mitad de la cancha y proyecta un pase largo para ‘Cabeza Mágica’. Un ‘sombrerito’ del artillero de Ancón deja a Costa Pereira sin reacción. 5 a 0. Humillante para el equipo de Gutman.

El partido de desempate es necesario. Benfica acepta jugar la definición otra vez en el Centenario, siempre y cuando le permitan incluir en ese choque a Eusebio y a Simoes. Los dirigentes de Peñarol aceptan sin chistar.

No tenían ni idea de la categoría de Eusebio, que aún no era la ‘Pantera de Mozambique’, pero que ya mostraba perfiles extraordinarios. “Si les metimos 5 a 0, no hay problema en que pongan a cualquiera”, me contó Alberto Pedro Spencer años después, que comentaron en el vestuario ‘charrúa’, sin saber que Eusebio les daría un susto grande.

48 horas después, el 19 de septiembre, Peñarol llega al partido con toda su artillería y Benfica coloca de entrada a Eusebio y a Simoes. Bela Gutman que tiene despedazado el amor propio, coloca toda la ‘carne en la parrilla’.

Los portugueses muestran otra faceta, con mayor solidez y sin descuidos, ponen en vilo al local que recibe el apoyo de 80 mil espectadores. Dos goles de Pepe Sasía conducen a la victoria, sin antes sufrir un principio de infarto, cuando Eusebio colocó un misil desde 40 metros, que el golero Luis Maidana ni lo vio.

El capitán William Martínez levanta la ansiada Copa Intercontinental. Peñarol ya era campeón del mundo. Había subido a la cima del ‘Planeta Fútbol’ y Alberto Spencer cumplía otro de sus grandes sueños. En hombros de la multitud, daba la vuelta olímpica, igual como se había imaginado en sus sueños infantiles.

Era la más importante de todas las conseguidas hasta ahora. La bandera ecuatoriana también flameaba orgullosa. Era un lauro conseguido por “Alberto Pedro Spencer, ecuatoriano de Peñarol”. Era su lema, la frase que le encantaba escuchar. La que ansiaba que colocaran en su lápida, el día de su muerte.

Montevideo era un hervidero. Uruguay un carnaval. Los corazones ‘aurinegros’ palpitaban a mil por hora. Peñarol ya era propietario del mundo. Spencer era dueño de una porción imaginaria de ese mundo de la redonda. De la bendita pelota.