POR: RAÚL CRUZ MOLINA
(Guayaquil, febrero 9).- En ese oasis de gloria y de triunfos épicos, la Copa Intercontinental se cruzaba otra vez en el horizonte ‘Carbonero’. El Real Madrid se había coronado campeón de Europa y estaba a la vista la posibilidad de tomarse una cumplida revancha para borrar el desastre ocurrido en 1961 frente al equipo ‘Merengue’.
Ya no era el Real Madrid de Alfredo Di Stéfano, Ferenc Puskas, José Santamaría, Rogelio Domínguez y esa ‘orquesta fabulosa’ que barrió en el fútbol del ‘Viejo Continente’ durante más de un lustro. Ahora era el tiempo de los ‘yeye’, un conjunto de jugadores de gran categoría, con aire de cantantes de rock.
Lucían su fútbol de corte moderno, entre otros: Antonio Betancort, Amancio Amaro, Pirri, Manuel Sanchís, Fernando Serena y Enrique Pérez Díaz, ‘Pachín’, un zaguero rocoso y malhumorado que dejaría su marca de intemperancia en el choque de ida jugado en Montevideo.
El 12 de abril de 1966, el ‘Estadio Centenario’ era un volcán. 75 mil personas acompañan el sueño ‘Mirasol’ en una tarde soleada de agradable temperatura. El venerado Roque Gastón Máspoli saca toda la artillería a la cancha. Ladislao Mazurckiewicz se coloca bajo los palos. Tabaré González, Juan Vicente Lezcano, Luis Alberto Varela y Pablo Forlán se alinean en la defensa. Julio César Cortés, Néstor ‘Tito’ Goncálvez y Pedro Virgilio Rocha se acomodan en la mitad de la cancha. En la vanguardia saltan Julio César Abaddie, Alberto Pedro Spencer y Juan Joya Cordero. Un equipazo. Tienen la ‘sangre revuelta’ y una cuota de garra y fútbol que ilusiona a la multitud.
Cuando hace sonar su silbato el referí chileno Claudio Vicuña, el mismo que dirigió la finalísima de la Copa Libertadores frente a River Plate en Santiago, Peñarol se lanza al ataque como un ‘león herido de muerte’. Se nota que las huellas que dejó aquella ‘tempestad de goles’ en la final de 1960 en el ‘Santiago Bernabéu’ de Madrid, era un trauma que los jugadores ‘aurinegros’ no podían soportar y van con todo para lavar la afrenta.
‘Cabeza Mágica’ abrió la cuenta en el minuto 39, tras una doble combinación con Julio César Abaddie. Entró como una luz en el área superando a la zaga madridista, que exclusivamente lo vio pasar. Con tiro bajo doblegó a Betancort y la tribuna quedó paralizada de emoción.
Hebert Pinto, el relator que era dueño de la audiencia radial en ese recordado año de 1966, deliraba en el micrófono de Radio Oriental: “Golazo del insider piel canela. Una estocada mortal. Una barbaridad”, gritaba desaforado el hombre que tomó la posta que había dejado el incomparable Carlos Solé.
1 a 0. Era presagio de victoria. Y efectivamente lo fue, porque en el complemento, a los 79, el artillero de Ancón repetía ‘la vacuna’ en el arco español. Real Madrid ya jugaba con 10 hombres por expulsión de Pachín. El dominio del once uruguayo era de tal intensidad que perdió los estribos. Le metió un puñetazo a ‘Cabeza Mágica’ y se fue expulsado.
Otra escapada del ‘Pardo’ Abaddie y Alberto Spencer que pone la firma. Una bomba y adentro. 2 a 0 y final. Dos goles del ‘realizador ecuatoriano’ para colocar la ‘bandera de la esperanza’ en lo más alto del mástil antes del choque de vuelta en ‘Chamartín’, que había sido esquivo y aliado de una goleada torturante. Esta vez la mano venía diferente. El triunfo en el choque de ida le da a Peñarol una dosis de tranquilidad. Y la confianza del plantel vuela alto. Viajan a Madrid, saboreando la enorme posibilidad de ganar la corona.
El miércoles 2 de octubre, las gradas del estadio ‘merengue’ despedían un aire de preocupación. El escenario estaba colmado, pero se sentía la tensión. Había un clima enrarecido de desconfianza hacia el equipo de Miguel Muñoz, que había barrido a los jugadores históricos que le dieron ‘Cinco Copas’. Y a los emblemáticos que habían soportado la ‘Operación limpieza’, los tenía durmiendo en el ‘freezer’. Un sacrilegio. Ese equipo de leyenda que manejó Alfredo Di Stéfano había pasado a mejor vida.
Muñoz apuesta ciegamente a sus nuevos jugadores y pide a los hinchas del Real Madrid que reserven los boletos para el partido de desempate, que está fijado, en caso de ser necesario para el 2 de noviembre en Lausana. El Día de los Muertos. En Suiza y en todo el mundo.
La extrema confianza del DT español se transforma en pesadilla. Estaba por forjarse la última hazaña de aquella inolvidable tropa ‘aurinegra’. En Europa, en Madrid, donde el equipo ‘blanco’ no perdía desde hace 20 años. Un récord de imbatibilidad impresionante.
El camino del triunfo lo abrió Pedro Virgilio Rocha, lanzando el balón con eficacia y frialdad desde el punto penal, en el minuto 28 de la primera fracción, instalando el miedo en las gradas del ‘Santiago Bernabéu’. Spencer hizo saltar en mil pedazos la estantería, al convertir la segunda diana de Peñarol. Fue una jugada inolvidable y llena de ritmo entre el peruano Juan Joya y el astro ecuatoriano. La rúbrica de ‘Cabeza Mágica’ fue genial. Digna del mejor equipo del mundo y de uno de los delanteros más fantásticos del ‘Planeta fútbol’ de todos los tiempos.
Iban 37 minutos de la primera fracción y el estadio de ‘Chamartín’ comenzó a enmudecer y Europa a sentir admiración y asombro. En el complemento no se movió la pizarra y Peñarol terminó conquistando el Bicampeonato Intercontinental y quedó ‘mano a mano’ con la historia.
La humillación de 1960 estaba vengada. Seis años después, “porque la venganza es una sopa que se come fría”. Fue un triunfo conseguido con armas nobles y dejando el corazón en la cancha. Con clase y pundonor. Con orgullo y profunda dignidad. Otra vez, Pedro Alberto Spencer había sido la figura. Tres goles en dos finales. Una barbaridad, un goleador colosal.