POR RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, enero 21).- Aquel torneo Sudamericano de 1959 fue el trampolín definitivo para su meteórica carrera. Marcó un gol en la victoria conseguida ante Paraguay, pero sembró terror en todas las zonas rivales. Ya todos sabían en América del Sur, que en el centro del ataque ecuatoriano jugaba una gacela que combinaba perfectamente la agresividad que debe tener un atacante, con la agilidad felina de los jugadores de raza negra.
Fuerte, alto, veloz, oportuno, fue un martirio para las defensas adversarias. Una historia repleta de grandes hazañas, que arrancaría tres meses después, le esperaba en tierras uruguayas. La fama lo recibiría con los brazos abiertos.
La trama de su traspaso que se había interrumpido a finales de abril de ese recordado 1959, vuelve a tomar cuerpo. El célebre técnico uruguayo Juanito López, termina su contrato con la Federación Ecuatoriana de Fútbol, tras la culminación del ‘Sudamericano Extra’ y emprende el retorno.
En esa época, los técnicos que dirigían a la Tricolor eran contratados por escaso tiempo. En el mejor de los casos por dos meses, y adiós. Y aquella vez no fue la excepción. López hace las valijas y vuela hacia el Sur del Continente. Realiza una breve parada en Lima para visitar a Roberto Scarone, señera figura del balompié ‘charrúa’ de las décadas del 20 y del 30, que estaba dirigiendo a Universitario de Deportes.
Se entera en las largas charlas que mantiene con Scarone, que la directiva de Peñarol está buscando un sustituto para reemplazar a Hugo Bagnulo en la conducción técnica. Scarone le cuenta que las conversaciones están muy adelantadas y encarga a López una carta dirigida a Gastón Guelfi, presidente de la entidad ‘aurinegra’, en la que fija las condiciones económicas para estampar la firma.
La estancia del visitante, a Juanito López nos referimos, dura pocos días y reanuda el periplo con destino a Montevideo. Corren los primeros días de enero de 1960. Al siguiente día de su arribo a la capital uruguaya, recibe una visita agradable, pero sorpresiva.
Es Gastón Guelfi, el presidente de Peñarol, el que toca la puerta de su casa y le estrecha en un fuerte abrazo. Guelfi no se ‘anda con chiquitas’ y va directo al grano, tras realizar varias preguntas de cortesía.
Averigua por Alberto Spencer y Juanito tras derramarse en elogios hacia el delantero ecuatoriano, recomienda a ‘ojo cerrado’ su contratación. “Tiene que ir a buscarlo, antes que se lo lleven a Europa. Es un fenómeno. Está para ser el jugador más trascendente en la historia de Peñarol”, dispara el célebre técnico del ‘Maracanazo’, revolviendo el cerebro y la ambición de Gastón Guelfi que decide no esperar más para viajar a Guayaquil y cerrar el traspaso.
Cinco días más tarde, el Contador Guelfi aterriza en suelo guayaquileño y no pierde tiempo. Se sienta a la mesa de las negociaciones con Alfredo Isaías y Guillermo Náser, los principales dirigentes del Everest. Los ‘turcos’ esta vez no ponen ningún inconveniente. La voluntad de transferirlo es notoria y el arreglo económico queda establecido.
Peñarol depositará 10 mil dólares para llevarse al goleador nacido en Ancón. De esa cantidad, 3 mil ‘billetes verdes’ le serán entregados al jugador. ¿Cuánto ganará Spencer? Esa es la pregunta del millón. Alberto me contó en las largas noches que compartí con él en Cochabamba en la Copa Libertadores de 1980, en la que dirigió a Técnico Universitario, que Gasatón Guelfi le fijó la ‘friolera’ de 250 dólares mensuales. Una discreta cantidad para aquella época. Un disparate para el tiempo presente. Casi una propina.
Con el correr de los años y la conquista de la colección de títulos, ‘Cabeza Mágica’ llegó a timbrar 5 mil dólares mensuales. Eso en la mejor época, cuando ‘mataba a todos los arqueros’. Hoy, un jugador de reducida capacidad recibe esa cantidad. Y lo hace de mala gana y hasta sintiéndose maltratado.
El cierre del traspaso parece un sueño. El ambiente futbolístico ecuatoriano se conmociona. Nunca antes, el fútbol uruguayo se había fijado en uno de nuestros jugadores. Spencer comienza a preparar las maletas y llueven los homenajes. De los clubes, de los periodistas, de la gente, del pueblo futbolero, que mira la transferencia como un milagro.
Alberto llora en la intimidad. El día del adiós se acerca vertiginosamente. La noche del 17 de febrero se produce una velada deslumbrante. Spencer juega su último partido con la blusa del Everest frente al Palmeiras brasileño ante un Estadio Modelo convertido en un volcán de euforia y emoción. El pueblo guayaquileño aclama al ídolo. El país entero vive el acontecimiento con enorme intensidad.
La última noche en suelo ecuatoriano fue repleta de dolor para Spencer. Se largó a llorar sin consuelo, pensó dar marcha atrás, devolver el dinero y no viajar a Montevideo. Le producía infinita tristeza dejar a Doña América, su madre adorada, que en cambio decidió ‘amarrarse el corazón’ para alentar la superación de su hijo. La familia entera se reunió en la cena de despedida. Hubo lágrimas de tristeza y de alegría.
“Después de tanto homenaje ya no podía meter reversa. No podía defraudar a la gente, que soñaba verme triunfar en un equipo grande del fútbol del mundo como Peñarol”, me dijo en Bolivia, rememorando como una película las imágenes de aquella noche que jamás se borró de su mente. Obviamente no durmió. Y se fue dejando el primer dinero grande que ganaba en su carrera, adquiriendo la casa propia para su madre.
MAÑANA LES PRESENTAREMOS EL CAPÍTULO 4…