ALBERTO SPENCER: EL HOMBRE DE LA ‘CABEZA MÁGICA’ (Capítulo 7)

ALBERTO SPENCER: EL HOMBRE DE LA ‘CABEZA MÁGICA’ (Capítulo 7)

POR: RAÚL CRUZ MOLINA

(Quito, enero 27).- Alberto amaneció endemoniado el día del debut copero ante Jorge Wilsterman de Bolivia. Corría el 19 de abril de 1960. Aún no se cumplía un mes de la obtención del título uruguayo. La voracidad por el triunfo se notaba en sus ojos. Y lo confirmó en la cancha. Cuatro veces depositó la pelota en la red defendida por Oscar Rico, el portero del equipo de Cochabamba.

Carlos Borges abrió el tablero en el minuto 13, anotando el primer gol de la Libertadores. El mismo Borges puso el 2 a 0, en el minuto 17. El ‘Gordo’ Cubilla modificó la pizarra en el minuto 20. Y se vino el vendaval ecuatoriano. Spencer concretó cuatro goles en seguidilla, a los 35′, 57′, 66′ y el séptimo y último, a un minuto del final. Sin duda, un debut esplendoroso. Una ráfaga de emociones. Cuatro gatillazos mortales y a gozar.

En la vuelta, en el Estadio ‘Félix Capriles’, le bastó igualar 1 a 1, con gol de Luis Cubilla y se postró en Semifinales. El San Lorenzo de Almagro, en el que brillaba José Francisco Sanfilippo, esperaba en esa ronda decisiva. El argentino era un notable goleador y Spencer no se quedaba atrás. La prensa rioplatense comenzó a vender el duelo, como la ‘pulseada de dos cañoneros’, aunque obviamente el cartel del ‘Nene’ tenía más fuste y prestigio.

El 18 de mayo de 1960, Peñarol dio un paso al precipicio al empatar 1 a 1 en el Centenario en el choque de ida. Ninguno de los dos arponeros tuvo contacto con la red. En la vuelta, el cerrojo ‘aurinegro’ permitió igualar la serie con un pálido, pero efectivo 0 a 0. Era necesario un partido de desempate que se cumplió en el Estadio Centenario.

Los ‘Cuervos de Boedo’ cedieron la localía, evitando los gastos que originaría el fijar una sede neutral. El 29 de mayo, un Centenario repleto con 60 mil espectadores en las gradas, esperaba el pitazo inicial del juez paraguayo José Dimas Larrosa. Un joven Carlos Salvador Bilardo, si, el ‘Narigón’ Bilardo, alineó esa tarde en la media cancha del equipo argentino. La primera fracción no dejó buenas noticias. Terminaron igualados con el marcador en blanco.

El complemento arrancó con los nervios de punta. Van 16 minutos y Carlos Linazza se desplaza por el medio. Coloca un pase para José Griecco y éste lanza un centro a campo abierto. El golero Vladimir Tarnawski y su defensa se confían.

No hay rival a la vista, hasta que Spencer ‘prende el turbo’ y aparece como una ‘luz en el área’. Llega justo a la cita con la pelota y coloca un cabezazo a la esquina izquierda. Abajo, allá donde difícilmente llegan los arqueros. Gol de goleador. Gol nacido en una cabeza, que ya comienza a ser ‘mágica’. El Centenario se derrumba de emoción.

La alegría se extingue en la tribuna ‘mirasol’, a cuatro minutos del final. Sanfilippo está con la ‘sangre en el ojo’ y no quiere perder el duelo. Se mete entre los zagueros uruguayos y doblega al ‘Gato’ Luis Maidana con un cabezazo certero.

Quedan cuatro minutos de convulsión y dramatismo. Todos apuntan a que será necesario jugar los tiempos suplementarios. Todos, menos Alberto Spencer que se desplaza como un ‘trueno’ en el área argentina para recibir un pase de Griecco. El cañonero ecuatoriano tira fuerte y abajo. 2 a 1, a los 89 minutos. Es el gol de la victoria. Tiembla de euforia el Centenario. Peñarol es finalista de la primera Copa Libertadores. Spencer supera en el duelo a Sanfilippo. Ha ganado otra batalla monumental.

Olimpia de Paraguay esperaba en la finalísima, tras desbancar en Semifinales a Millonarios de Colombia, que estaba manejado por el mítico Gabriel Ochoa Uribe, que luego escribiría una notable historia, repleta de éxitos y profundas frustraciones dirigiendo al América de Cali.

El campeón paraguayo era un gran equipo. Estaban Edelmiro Arévalo, zaguero y capitán de la selección guaraní; Juan Vicente Lezcano, un back extraordinario que al año siguiente recaló en filas aurinegras; Eligio Echague, un lateral notable; Claudio Lezcano, exquisito volante ofensivo, que vistió la blusa de Aucas en 1969; Juan Bautista Agüero, electrizante alero derecho que luego jugó en el Real Madrid; Pedro Antonio Cabral que siguió su carrera en Independiente de Avellaneda y posteriormente en el Atlético de Madrid y Luis Doldán, un delantero de enorme poder físico.

Ese Olimpia había aportado con seis jugadores a la Selección Paraguaya que jugó el Mundial de Suecia 1958 y venía de ser campeón por sexto año consecutivo.

El duelo de ida se juega en el Centenario, el 12 de junio de 1960. El equipo paraguayo dirigido por Aurelio González puso en el tapete, el clásico juego guaraní: fuerte, a ratos violento y hasta con perfiles de mal intención. Fue un partido de ‘hacha y tiza’, altamente complicado para Peñarol que no encontraba la fórmula para derrumbar la muralla defensiva.

La expulsión del capitán de Olimpia, Juan Vicente Lezcano, en el minuto 52, ayudó a limpiar el camino. Ya había más espacio para las maniobras del ataque uruguayo. Un arranque de Luis Cubilla terminó en la red. El ‘regordete’ alero derecho de Peñarol mintió con la cintura a dos rivales y tiró un pase largo para Spencer. El pique demoledor del piloto ecuatoriano concluyó con un tiro bajo que sacudió la red paraguaya, defendida por Herminio Arias.

Corría el minuto 76. Fue suficiente para cerrar el telón del partido. Ventaja mínima, pero ventaja al fin para ir al choque decisivo en Asunción, que se desenvolvería una semana más tarde.

El 19 de junio de 1960, el estadio de Puerto Sajonia estaba a reventar. El juez argentino José Luis Praddaude, que fue el encargado de conducir las dos primeras finales de la Libertadores esperaba en el centro de la cancha para marcar el arranque del partido.

La ausencia de Juan Vicente Lezcano, suspendido por la expulsión en el Centenario, pesaba en el ánimo del equipo paraguayo. Peñarol llegaba completo y optimista.

El trámite fue tormentoso para el equipo ‘charrúa’. Olimpia lo puso contra los palos de Luis Maidana. El vendaval ‘guaraní’ surtió efecto a los 28 minutos de la fracción inicial. El interior derecho Hipólito Recalde aprovechó un rechazo defectuoso del capitán William Martínez y la encajó en la red de Luis Maidana. Victoria justa al término del primer tiempo. Peñarol comenzaba a preocuparse.

A la entrada del complemento, Roberto Scarone ordenó la salida de Spencer que estuvo apagado en los primeros 45 minutos. ‘El Verdugo’ Juan Eduardo Hobberg tomó su lugar en el centro del ataque. El calor era insoportable, a esa hora de la tarde en Asunción.

No se pudo jugar en la noche, porque el estadio, ahora conocido como ‘Defensores del Chaco’, no tenía iluminación artificial. Olimpia siguió martillando en la búsqueda del gol de la victoria y del título, hasta que Luis Cubilla puso astutamente la ‘estocada de muerte’. Corría el minuto 38 de la segunda parte. Carlos Borges ejecutó un tiro de esquina alto y buscando el segundo palo. Ahí estaba el intratable Cubilla para meterle un frentazo e igualar la cuenta.

Fue el principio del fin para Olimpia. Peñarol aguantó con orden los últimos minutos. Juan Eduardo Hobberg escondió la pelota con sabiduría y los ‘aurinegros’ dieron la primera vuelta olímpica en la Libertadores.

La Copa estaba en el bolsillo. El primer jirón de gloria estaba consumado. Nacía la leyenda de Peñarol. La tradición heroica, que cobijaría la historia de uno de los clubes más famosos, importantes y populares del mundo. Asomaba la mítica camiseta ‘aurinegra’, fecundando la primera de sus hazañas. Fue el primer dueño de América. El primer propietario de un trofeo, que el tiempo se encargaría de cargarlo de historia e importancia.

 Alberto Spencer subía el primer peldaño de su incomparable carrera. La leyenda de ‘Cabeza Mágica’ comenzaba a escribirse en letras de oro. Con 7 dianas se convertía en el goleador absoluto de la primera Copa Libertadores, superando al ‘Nene’ Sanfilippo de San Lorenzo de Almagro y a Rubén Pizarro de Millonarios que completaron 4 goles.

Ecuador festejaba a la distancia, el primer gran triunfo de su hijo más dilecto, mientras en el Aeropuerto de Montevideo, la hinchada ‘peñarolense’ aguardaba el aterrizaje del Vickers que tocó suelo uruguayo, a la una de la madrugada del 20 de junio.

Los héroes continentales fueron paseados en andas por una multitud agradecida y orgullosa. El logro ameritaba todas esas sensaciones de júbilo. Había llegado la hora de jugar la Copa Intercontinental para definir ante Real Madrid, cuál era el mejor equipo del ‘Planeta Fútbol’.

Era la primera vez que se pondrían frente a frente, los campeones de Europa y de América. Otro sueño colosal comenzaba a forjarse en la humanidad de ‘Cabeza Mágica’.