LA DEBACLE EN MADRID
POR: RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, enero 28).- Real Madrid era el dueño absoluto del dominio futbolístico del ‘Viejo Continente’. El arribo del crack argentino Alfredo Di Stéfano había convertido al conjunto ‘blanco’ de España, en una fuerza imbatible. Desde 1956, la Copa de Campeones de Europa no conocía a otro propietario que no fuera el ‘once madridista’.
El equipo era brillante y, aparte de la ‘Saeta Rubia’, tenía en sus filas, a auténticas luminarias del fútbol mundial. Rogelio Domínguez era el arquero. Y luego se regaban en la cancha, entre otras ‘vedettes’, Del Sol, Santamaría, el genial Ferenc Puskas, que tenía un cañón en su pierna izquierda y Paco Gento, un alero chispeante que también aportaba goles y fútbol de alta calidad. Era, en suma, un rival temible.
Las presunciones, lamentablemente para Peñarol se transformaron en una cruel realidad. La Copa Intercontinental tenía que definirse en dos partidos. El primero en Montevideo y el decisivo, en el ‘Santiago Bernabéu’ de Madrid.
El equipo español toma todas las precauciones para encarar el partido de ida en el Centenario. Envía a los dos choques de definición de la Copa Libertadores de América a Emil Osterreicher, asesor técnico del español Miguel Muñoz, comandante absoluto del club ‘merengue’.
El ‘espía’ de origen alemán se lleva una libreta repleta de anotaciones. Desmenuza tácticamente al equipo ‘aurinegro’ que sigue en las manos sapientes de Roberto Scarone. Concluye al elevar su análisis, que Peñarol solamente cuenta con cuatro jugadores de calidad: Alberto Spencer, Luis Maidana, William Martínez y Luis Cubilla. Los demás jugadores no existen para Osterreicher.
El arribo del Real Madrid causa revuelo en Montevideo. La hinchada ‘mirasol’ se prende y se apresta a volcarse en forma multitudinaria al Centenario. El partido está fijado para el 3 de julio de 1960. El papel se agota por completo, no hay una sola entrada disponible.
La euforia y la tensión desfilan como dos habitantes más en las calles de la capital uruguaya. La víspera del partido, el panorama comienza a oscurecerse. Un auténtico diluvio baña a Montevideo. El cielo parece partirse en mil pedazos.
El torrencial aguacero sigue en la madrugada y continúa el mismo día del partido. La hinchada de Peñarol desafía el temporal y en una muestra de estoicismo se aglutina masivamente en el estadio. 78.872 espectadores llenan los escaños del mítico escenario.
La cancha es una auténtica piscina y los graderíos vierten agua y humedad. “El partido se juega por encima de todo”, proclama la dirigencia uruguaya sin esperar el dictamen del árbitro argentino José Luis Praddaude.
El estado de la cancha le quita brillantez al partido. Ninguno de los dos equipos pudo desenvolverse con soltura. La pelota no corría, flotaba. El choque termina con un resultado frustrante para Peñarol: 0 a 0, reza la pizarra, cuando Praddaude decreta el final del match.
El equipo de Alfredo Di Stéfano se sale con la suya. La paridad le resulta un buen negocio para esperar el choque definitivo en su cancha y ante su público. En Montevideo, flaquean los ánimos. Saben que el empate pone a Peñarol en las garras de una derrota anunciada
El partido de vuelta está pactado para el 4 de septiembre. Sesenta días después del choque jugado en el Centenario. La delegación de Peñarol llega a Madrid con varios días de anticipación y se aloja en el elegante Hotel Carlton.
La fatalidad comienza a producir estragos al segundo día del arribo a tierra española. Néstor ‘Tito’ Goncálvez sufre una fuerte amigdalitis, tiene fiebre alta y su presencia en el partido ante Real Madrid se pone en duda. Las alarmas se prenden en el plantel ‘aurinegro’.
Goncálvez es un hombre fundamental en el esquema. Por su aporte futbolístico y también por su condición de líder y caudillo. El DT Roberto Scarone pierde el sueño y no le falta razón. El capitán termina siendo marginado por su estado de salud. Francisco Mayewski será el sustituto, aunque varios pedían la inclusión de un joven Roberto Matosas, que luego se convertiría en un zaguero excepcional.
La ausencia de ‘Tito’ Goncálvez fue un duro golpe. Una multitud calculada en 120 mil espectadores esperaba en las gradas del ‘Santiago Bernabéu’, aquel 4 de septiembre de 1960. Nadie imaginaba en Uruguay, el desastre que estaba por venir. Un inspirado e imparable Ferenc Puskas y un excepcional Alfredo Di Stéfano le dieron un aire de pesadilla al partido. No habían transcurrido 10 minutos y Real Madrid ya ganaba por 3 a 0.
Dos fueron del mortero húngaro y el restante del astro argentino. Peñarol se desplomó como un ‘castillo de naipes’. Fue una ráfaga mortal, que puso al equipo ‘aurinegro’ de cara contra el suelo. ‘Chus’ Herrera colocó el cuarto y aumentó el desastre, en el minuto 44. 4 a 0 y recién había transcurrido la primera fracción.
Un potente zurdazo de Paco Gento puso la quinta diana a los 6 minutos del complemento. 5 a 0, un suplicio que hacía delirar a la hinchada del Real Madrid que montó una fiesta en las tribunas del Bernabéu. Alberto Spencer puso el tanto de honor a los 80 minutos. No celebró. No había nada para celebrar, aunque aquel gol fue el primero marcado por ‘Cabeza Mágica’ en suelo europeo.
El salvaje contraste provocó enormes estragos en la plantilla ‘Carbonera’. La moral colectiva se desplomó. “Nos faltaba experiencia internacional, jugar contra los grandes del mundo. Ese fue el principal motivo del desastre ocurrido en Madrid”, sostenía Spencer en aquellos inolvidables diálogos que mantuvimos en Montevideo, Guayaquil, Quito y Cochabamba, o donde el movimiento incesante de la pelota nos reunía.
A ‘Cabeza Mágica’ le fascinaba hablar de fútbol y sobretodo, recordar aquellos inolvidables momentos vividos con Peñarol. En las victorias y en las derrotas también, como aquella tan dolorosa sufrida en el ‘Santiago Bernabéu’ de la capital española.
El golpe fue drástico en lo futbolístico y en lo económico. Perdió la Copa Intercontinental y también una importante suma de dólares que no llegaron a las arcas del club, al cancelarse varios partidos que estaban previamente pactados en las principales ciudades de Europa, todo como producto de la debacle acaecida en Madrid. Fue una dura penitencia.