POR RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, mayo 31).- Arthur Friedenreich fue el primer gran crack de la historia de Brasil y también el primer gran goleador de la historia del fútbol. Sus números asustan. Convirtió 1329 goles. Lo que arroja un promedio de uno por semana, durante sus 26 años de carrera.
‘El Tigre’ como lo apodaban a este mulato de ojos verdes, era un centrodelantero hábil, fino, y de una gran pegada. Conquistó 7 campeonatos paulistas, 4 brasileños, 2 sudamericanos y 17 nacionales. Su increíble historia registra otro récord: nunca marró un penal. Un fenómeno.
Friedenreich llevó al solemne estadio de los blancos, la irreverencia de los ‘garotos color café’ que se divertían disputando una ‘bola de trapos’ en los suburbios. Así nació un estilo, abierto a la fantasía, que prefería el placer al resultado. Ese juego maravilloso que años más tarde, llevó a Brasil a la cima del balompié mundial
Sus gambetas eran mágicas y cuentan los que lo vieron jugar que era bravo, valiente, capaz de seguir jugando hasta con dos dientes partidos por la violencia de los que no lo podían parar. Fue 13 veces el máximo goleador paulista y ganó 30 títulos. También, obviamente se puso la camiseta de Brasil: consiguió los dos primeros sudamericanos para el fútbol de su país. Pero no pudo jugar en el Mundial de Uruguay 1930, por una frustrante fractura de tibia. Ese fue el mayor dolor de su carrera
Según las estadísticas de su padre y de los periodistas Mario de Viana, Segundo De Vaney y Alexandre da Costa, hizo 1329 goles en 1239 partidos. Con esas cifras supera a Pelé, quien más tarde convirtió 1284 tantos en 1363 encuentros. Esos números de Friedenreich, sin embargo, no son reconocidos por la FIFA por falta de registros oficiales.
Los negros no podían jugar
En los primeros años del siglo pasado, el fútbol en Brasil era territorio exclusivo de ricos, blancos y distinguidos. Friedenreich, mulato, hijo de un comerciante alemán, utilizaba polvo de arroz para esconder su origen y parecer bronceado. Fue, así, el primer crack negro de la historia de Brasil.
Su padre, Oscar de origen alemán, se casó con Matilde, una lavandera negra. De ellos nacería el 18 de julio de 1892, un niño mulato, de ojos claros, bautizado como Arthur Friedenreich.
Ya joven, fichó por el Ipiranga, también de la Primera División Paulista, en 1910. Dos años más tarde, era el máximo goleador del campeonato local y fue incluido en un combinado Paulistano para enfrentar a la invicta y temible selección argentina. Los brasileños ganaron 4 a 3.
Con la ‘Canarinha’ continuó agigantando su fama de artillero. En 1919, un gol suyo le dio a Brasil el triunfo en el Segundo Campeonato Sudamericano de Selecciones. Aquella final jugada contra Uruguay es la más larga de la historia, pues la victoria de la ‘verdeamarelha’ llegó tras 150 minutos de juego, 90 reglamentarios y las dos prórragas.
La prensa uruguaya lo bautizó como ‘El Tigre’. Y el pueblo lo llevó en brazos desde el barrio de Las Laranjeiras hasta el centro de Río de Janeiro. Al día siguiente, sus botines fueron expuestos en la vitrina de una tienda carioca.
Por entonces, Fried ya era leyenda. Y le crearon hechos falsos, como que había matado al hermano -que nunca tuvo- producto de un penalti, al impactarle con la pelota en el pecho. Sus tiros llevaban más veneno de efecto que de plomo.
Antes de morir en Sao Paulo, el 6 de septiembre de 1969, dijo que Domingos da Guia fue su crack predilecto. Y en su equipo ideal de Brasil, estaban incluidos Djalma Santos, Nilton Santos y Tim. Pero olvidó incluirse. Tanto como a otros fuera de serie, tipo Leónidas da Silva, Heleno de Freitas, Zizinho, Garrincha y Pelé.
Tal vez en la arteriosclerosis de la vejez, el extraordinario Arthur Friedenreich no se había acordado que él mismo fue quien hizo que el fútbol brasileño sea ‘futebol’. Y sea lo que es: un sueño en carne y hueso.