POR RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, marzo 12).- En 1970, la Copa Jules Rimet llegó a la sede de la Confederación Brasileña de Fútbol (CBF), para “quedarse eternamente”. El máximo organismo del fútbol mundial había determinado que el país que gane tres Mundiales, pasaría a ser propietario del trofeo. Tras ganar en Suecia 58, Chile 62 y en México, 8 años más tarde, el ‘Scratch maravilloso’, comandado por Pelé, se apoderó con sobra de merecimientos. Empero, como dice la canción: “Nada es para siempre”. La Copa fue robada el 19 de diciembre de 1983.
Las prolijas investigaciones policiales que se pusieron en marcha, apenas se cometió semejante ‘sacrilegio futbolístico’, precisaron que el despojo había sido planeado pocos meses antes en el bar ‘Santo Cristo’, situado en la zona del puerto de Río de Janeiro, por el gerente de banco, Antonio Pereyra Alves, el decorador, José Luis Vieira da Silva, el ex policía Francisco José Rivera y el joyero argentino Juan Carlos Hernández. Pereyra Alves, quien visitaba asiduamente la sede de la CBF, notó que la Copa se encontraba dentro de un aparador fácilmente vulnerable. Y no tuvo mejor idea que ‘armar una audaz banda’ y ejecutar el robo.
Según la versión policial, la noche del atraco, Vieira da Silva y el ex policía Rivera, maniataron al único guardia y desaparecieron con el botín, que fue derretido de inmediato por el joyero Hernández. Los cuatro sospechosos del robo fueron detenidos, casi inmediatamente. Habían robado una reliquia, que era orgullo nacional de Brasil. El juzgamiento determinó para los autores, la condena a nueve años de prisión.
Los lingotes producidos con el oro del trofeo desaparecieron en el mercado ‘negro carioca’. Uno de los investigadores del caso se quejó de que “Brasil luchó tanto para ganar la ‘Copa Jules Rimet’ y fue a parar a las manos de un argentino”. Poco después de recuperar la libertad, Hernández volvió a la cárcel, condenado por tráfico de drogas. Era, más que un profesional de joyería, un verdadero hampón.
Cuando los dirigentes de la CBF se enteraron de que la desaparición del precioso trofeo, “sí era para siempre” y que no se había cumplido la sentencia de la canción, el organismo mayor del fútbol brasileño, encomendó a la empresa Eastman-Kodak de los Estados Unidos, la elaboración de una reproducción para ser exhibida en una vitrina del estadio Maracaná.
La FIFA tomó nota de este incidente y, para evitar otras sorpresas desagradables, determinó que no se entregaría al país ganador, la nueva Copa que se puso en juego a partir de 1974, diseñada y producida por el orfebre italiano Silvio Gazzaniga. Desde entonces sólo se otorga una réplica al ganador y la original se conserva en las oficinas que el organismo posee en Zurich, Suiza.
¿Qué pasó finalmente con aquella réplica que, disimuladamente, había plasmado el inglés Alexander Clarke por orden de los popes de la FIFA? Fue subastada en 1997 por la Casa Sotheby’s a pedido de la familia del joyero y vendida en unos 400 mil dólares a la misma FIFA, que la colocó en exhibición en el Museo Nacional del Fútbol de Preston, Inglaterra. Queda claro, que el fútbol recibió una puñalada.