POR RAÚL CRUZ MOLINA

(Quito, marzo 18).- El italiano Claudio Gentile se hizo famoso marcando a Diego Maradona y se cubrió de gloria, haciendo lo propio con Zico en el Mundial de España 82. En su debe: el nulo amor por la pelota, la destrucción, el antifútbol en su sentido más etimológico. En su haber: el arte de cometer faltas de ‘todos los colores’ a los dos astros y recibir solo una tarjeta amarilla por partido, incluida el agarrón que rasgó la camiseta de Zico, como un papel de periódico.

Aquella imagen de Arthur Antunes Coimbra, Zico, considerado como el ‘Pelé Blanco’ con su camiseta abierta por un lateral, de axila a cintura, dejó claro que Claudio Gentile era un defensa voraz, que se protegía ante los árbitros de manera pasmosa.

Aquel agarrón salvaje no fue señalado como penalti, cuando el partido respiraba a ‘siete pulmones’ y Brasil se hundía en su soberbia. Para entonces, el defensa italiano ya triunfaba. Cumplía su objetivo a rajatabla. Era el único que defendía al hombre (Italia practicó la zona inesperadamente) y ganó la espectacular batalla.

El recuerdo de Claudio Gentile, ya dejó de trastornarme. Nunca olvidaré, la decepción que sentí, cuando Italia eliminó a Brasil con tres goles de Paolo Rossi y una serie de errores del ‘Scratch’. Me quedé más de tres horas, rumiando rabia, en las inmediaciones del estadio Sarriá del Espanyol, que fue sede de esa llave Semifinal. No terminaba de entender, como esa ‘máquina verdeamarelha’, cayó abatida, ante un equipo que era infinitamente inferior.

En Brasil jugaban Junior, Falcao, Sócrates, Zico, Toninho Cerezo, Eder. Un sexteto fantástico. El DT Telé Santana se empecinó en mantener como titular, en posición de ‘9’ a Serginho, un auténtico ‘tronco con botines de fútbol’. Reposaba en el banco Roberto Dinamita. Nada más y nada menos. Otro ‘punto negro’, era el golero Waldir Pérez, que atajaba en el Sao Paulo y que, es el arquero de menos estatura que ha sido titular en el arco brasileño en las Copas del Mundo.

La noche de la eliminación, las Ramblas de Barcelona se apagaron. Quince mil brasileños, que habían viajado en barcos cedidos por el Gobierno, iniciaron esa misma noche el frustrante regreso. La batucada infernal, que adornaba las noches del Mundial se esfumó. Se marcharon la alegría y el equipo que tenía ‘todo el aire’ para ser campeón. Fue una noche de duelo, con olor a tragedia.

“Resucitó Paolo Rossi y sepultó a Brasil”, titulé a la crónica que envié a ‘Diario El Comercio’ que me encargó la cobertura de ese Mundial 82. Lo dije y lo sigo sosteniendo: Brasil cayó en la trampa, por demostrar que podía demoler al once de Bearzot. Italia ganaba 2 a 1. Promediaba el complemento, cuando Falcao lanzó un infernal latigazo de zurda, desde la ‘frontera de la media luna’, que ‘El Eterno’ Dino Zoff no alcanzó a frenar.

Golazo monumental. 2 a 2. Con ese marcador pasaba Brasil, pero siguieron atacando, hasta que Toninho Cerezo retrasó una pelota para el arquero. Waldir Pérez no llegó. Estaba dormido. El tiro de esquina de Bruno Conti, encontró a Paolo Rossi, que ‘pescó un rebote entre un bosque de piernas’. 3 a 2. Una puñalada mortal. A llorar. Por culpa de la tarde genial del ‘Bambino de Oro’, que llegó en puntas de pie a ese Mundial, tras ser suspendido por un mayúsculo escándalo en las quinielas.

El goleador de la Juventus, literalmente, resucitó. Revivió sus viejas facultades y su oficio para el gol y castigó a Brasil, que entró a la cancha, sintiéndose como anticipado ganador y campeón. Fue una memorable lección. En el fútbol no hay candidatos fijos. Ese es su mayor encanto.

Gentile era un ‘matón’

Parece simplista recordar a Claudio Gentile, como el ‘asesino del bigote’, cuando él solito consiguió sacar de quicio a dos de los mejores jugadores del mundo en solo tres días. También a los hinchas de paladar fino, pero en la videoteca queda el recuerdo, de que había algo de romántico en su fútbol destructor. En su ‘juego sucio’.

Tal vez era que, a la vista de los marcajes, parecía que buscaba pareja. De hecho, él era la salvaguarda del ‘Viejo Catenaccio’ por parte de una Italia que, sin perderlo de vista, fabricó el partido perfecto. Jugando al contragolpe y matando en los últimos metros.

Es que ganarle a ese Brasil de España 82, repleto de inmensos jugadores no era una misión simple. Aquella Italia que dirigió el notable Enzo Bearzot, fabricó un milagro que hicieron posible el olfato incomparable de goleador de Paolo Rossi y la capacidad para torturar a los astros rivales de Claudio Gentile. Un leñador de novela. Un ‘cerebro de la destrucción’.