POR RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, enero 18).-Barcelona ganó el campeonato nacional de 1970, revolviendo las aguas y transportando el trofeo de campeón de regreso a Guayaquil, tras tres años de nítida supremacía capitalina. Aterrizaba en tierra porteña, el técnico brasileño Otto Vieira. ‘Mandrake’ causó revolución en la hinchada ‘torera’. Tenía un cartel de primera. Venía de dirigir al Atlante de México, al Porto de Portugal y al Millonarios de Colombia. Lo contrató el economista Galo Roggiero Rolando, el célebre dirigente ‘canario’ que en ese entonces tenía 25 años.
Se empinó a la presidencia de Barcelona con un montón de ideas y un afán incomparable de alcanzar la gloria. Jugaban en su contra, su condición de imberbe dirigente y su escuálida economía. En otras palabras, era un ‘chiro’, con aires e ínfulas de magnate. Pero Roggiero se salió con la suya.
Formó un gran equipo y devolvió al ídolo a la cima y a la Copa Libertadores. Ganó el cetro nacional cuatro fechas antes de la culminación. Con una plantilla poderosa, guiada por Jorge ‘Pibe’ Bolaños, que expuso toda su inteligencia en el punto de máximo esplendor de su carrera.
El uruguayo Luis Alberto Alayón cuidaba el arco. ‘Tapa penal’ era el respaldo preciso para una defensa sensacional, acaso una de las dos mejores ‘líneas de retaguardia’ que ha tenido Barcelona en toda su historia.
La integraban el ‘Rey’ Alfonso Quijano, Vicente Lecaro, Luciano Macías y sumaron al back uruguayo Edison ‘Cacho’ Saldivia, un ‘notable tiempista’ que elevó el grado de jerarquía del cuarteto defensivo. Apareció Víctor ‘Cepillo’ Peláez, que luego labraría una reluciente carrera, cuidando el lateral derecho y ‘limando todos los tobillos’ que pasaban por su zona.
Y mostraron sus primeros destellos Miguel Ángel Coronel y Juan Madruñero. El primero, ‘Colorilla’, se ‘comía a todos’ en la mitad de la cancha y, el segundo, ‘Baby’, así lo apodaban por su fragilidad y pequeña estatura, desbordaba por las bandas, tiraba centros venenosos y encima metía goles.
La plantilla ‘canaria’ tenía una vasta nómina. El diminuto volante brasileño, Gerson Texeira, entregaba su juego fino y su despliegue incansable en la línea medular. En la ofensiva prendía los motores el uruguayo Pedro ‘Jet’ Alvarez, que junto al brasileño Everaldo conformaron una dupla demoledora.
‘Mandrake’ Vieira tenía a su disposición a varios alternantes de primer orden. Al uruguayo Jorge Phoyú en el arco. A Walter Cárdenas y Juan Noriega, que igual podían jugar en la zaga o en la mitad de la cancha. Mientras Washington ‘Chanfle’ Muñoz, el mejor lanzador de tiros libres en la historia del fútbol nacional, seguía devorando arqueros, al igual que Mario ‘Canario’ Espinoza, que revoloteaba por la banda zurda y por la ‘zona roja’ guayaquileña, en la que se veía envuelto en continuos deslices. El ‘pajarito de la zurda’ era incorregible.
El Barcelona del ‘Mandrake’ Vieira, redondeó una campaña espectacular y un diario porteño no tuvo ningún reparo para alimentar el flagelo del regionalismo que nos intoxicaba en esa época y publicó a seis columnas el 17 de diciembre de 1970, que “Barcelona era amo y señor del fútbol nacional al reconquistar el título para Guayaquil”.
Habían pasado tres años sin títulos para los dos grandes del Astillero. ‘La Máquina Gris’ de El Nacional se apoderó de la corona en 1967, exponiendo un fútbol voraz y de alto voltaje. Deportivo Quito ganó el cetro de 1968, poniendo en la cancha a ‘cuatro botijas’, que Ernesto Guerra encontró en Montevideo y que resultaron un boom. Luis Alberto Aguerre, Héctor ‘Pototo’ De los Santos, Oscar Milber Barreto y ‘El Loco’ Víctor Manuel Batainni deslumbraron y los ‘chullas quiteños’ treparon con autoridad al cielo del fútbol.
Liga de Quito se encaramó en la cresta de la ola en 1969. El uruguayo Francisco Bertochi, prendió todas las luces de su ingenio y transportó a la ‘U’ a la obtención de la primera estrella. El DT brasileño José Gómez Nogueira conformó una plantilla de ´súper lujo’ que llenó de goles los arcos del país.
Después de esos tres traumáticos años, Barcelona retornó al podio y el periodismo porteño sacó la bandera. En honor a la verdad, es preciso señalar que la misma política regionalista brotaba de los diarios capitalinos. Era una lucha sin cuartel que dividía profundamente al país. El torneo era de clubes. Siempre fue. Desde las rotativas y también desde los micrófonos radiales, lo transformaron en una disputa de provincias. Dolorosa equivocación.