POR RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, mayo 12).- Fue el héroe de la final más dramática que se haya disputado por la Copa Libertadores. La noche del 22 de mayo de 1989 se consagró para siempre como el mejor arquero colombiano de la historia. Enloqueció a los asistentes al Estadio ‘El Campín’ de Bogotá, al redondear una monumental actuación en la definición por penales frente al Olimpia de Paraguay.
Convirtió uno y atajó cuatro. El primero de ellos, lanzado por su colega Ever Hugo Almeida. Cuando estaban igualados 4 a 4, contuvo tres en forma consecutiva, volando como un ‘angel’ para neutralizar los envíos ejecutados desde los doce pasos por González, Guasch y Balbuena. Tenía 22 años, cuando trepó sin escalas al cielo del fútbol.
René Higuita siempre fue un irreverente, dentro y fuera de la cancha. Un auténtico ‘terrorista del arco’. Nació en Medellín, el 27 de agosto de 1966. En La Castilla, un barrio humilde, duro, poblado de gente de escasa reputación e ínfimos recursos.
Fue hijo único. Su madre Dioselina, tuvo especial precaución para guiar a ese muchacho de melena desordenada y repleta de rulos, que conoció a su padre a los 16 años, cuando los tentáculos de la delincuencia y la fama incipiente, amenazaban con atraparlo.
René, la ‘Rana’, le bautizaron los niños con sus ojos de amor, por sus vuelos de palo a palo. Fue cumpliendo ciclos, apoderándose del arco de la selección desde el Sudamericano Juvenil que se jugó en 1985, hasta pararse en el arco del Atlético Nacional de Medellín y paralelamente en el de la selección mayor, con su facha de cantante de reggae.
Su vida es un compendio de éxitos y dolores de cabeza. En la cancha fue notable, afuera un permanente transgresor. Cambió el pórtico de los estadios por un arco de rejas, el 4 de junio de 1993. Fuertemente custodiado y esposado, descendió de un helicóptero para ocupar una celda cualquiera en la Cárcel Nacional Modelo ‘Quinto Patio’ de Bogotá, acusado de participar en el rescate de una niña secuestrada.
Un amigo suyo, Luis Carlos Molina, le pidió que fungiera de intermediario para pagar el rescate de su hija Claudia. Con 300 mil dólares en la mano, Higuita acudió a la cita, cumpliendo el encargo, recibiendo para su haber 50 mil billetes verdes, que Molina le obsequió como muestra de gratitud por su gestión.
El hecho provocó en Colombia una encendida polémica, que dividió a la opinión pública. René fue ‘pescado en flagrancia’ por violar la Ley Antisecuestro, creada para frenar lo que es una auténtica industria en la nación sudamericana.
Estaba acusado de encubrir a Luis Carlos Molina, implicado en lavado de dinero procedente del narcotráfico y en el asesinato de Guillermo Cano, Director de ‘El Espectador’. Y había otro agravante en contra de Higuita, lo procesaron por enriquecimiento ilícito derivado de un secuestro, al participar en la liberación y recibir dinero a cambio.
Sus amistades en las horas de la fama eran peligrosas. Los más influyentes periódicos recordaron su estrecha relación con el entonces ‘enemigo público número uno’, el jefe del Cartel de Medellín, Pablo Escobar, abatido por la policía seis meses antes en la ciudad paisa. En 1991, Higuita se había trasladado a la prisión para visitar al capo, provocando una hecatombe en la cúpula policial.
El tiempo pasó y ante el clamor popular, el ídolo de los ‘pasos falsos’ recuperó su libertad. Volvió a lo suyo, al trabajo en la cancha, que lo desenvolvía con indiscutible fulgor y en medio de encendidas polémicas. Era Dios y demonio. Fue ser supremo, el día que se atrevió en el mítico Wembley a frenar un disparo, zambulléndose hacia adelante para rechazar el balón con los tacos.
‘Genio’, gritó la mayoría. ‘Es un irresponsable’, dijeron sus detractores de oficio. Los ingleses bautizaron a la jugada como ‘El Escorpión’. Fue la locura más grande del colombiano, desafiando 72 años de historia de la ‘Catedral del Fútbol’, antes de su dolorosa demolición.
Fue demonio en Italia 90. Perdió una pelota imposible al ensayar una gambeta estéril en la mitad de la cancha, en una jugada sin riesgo frente al camerunés Roger Milla, sentenciando la exclusión de su equipo, que había jugado con todas las luces y amenazaba con llegar lejos. En realidad, el arquero no perdió el partido, pero aceleró su definición.
Eso es Higuita. O mejor dicho, eso fue. Un espectáculo aparte. Un útil de admiración o discordia. Un personaje de película. Un acróbata del arco, que desafió el peligro sin concesiones. En la cancha y en la vida. Fue un grande del arco. Una de las figuras rutilantes de la historia de la Copa Libertadores de América. Le decían loco. Estaba loco.