Por Raúl Cruz Molina
(Quito, agosto 4).- Peñarol, el gran equipo ‘aurinegro’ llegó en 1962 a su tercera final consecutiva en la Libertadores. La fuerte economía uruguaya de la época les permitía a los dos grandes clubes de Montevideo, contratar figuras del exterior. Al ecuatoriano Spencer y el peruano Joya, ya afirmados, se sumaron el brasileño Moacyr Claudinho Pinto y el paraguayo Juan Vicente Lezcano, quien estaba desde el año anterior, pero que ya sustituyó a William Martínez recién en 1962.
Sin embargo, la gran novedad de aquel año, era que estaba dirigido por un DT europeo. el húngaro Bela Guttman y se produjo la aparición de Pedro Virgilio Rocha, que sería un histórico de la Copa.
Cuando Peñarol fue a disputar la Copa Intercontinental de 1961 ante el Benfica de Portugal, Guttman era entrenador del equipo lusitano. Ahí lo contrató Peñarol. “Se vino en el mismo avión con nosotros”, recordó alguna vez Juan Vicente Lezcano. Después de tres choques memorables con Nacional y otros tres frente al Santos, el cuadro ‘carbonero’ cedió su reinado ante otro rey: Pelé.
La Copa Libertadores logró una enorme proyección a partir de su tercera edición al intervenir el Santos Fútbol Club, en pleno auge del balompié brasileño. Eran ‘trotamundos del fútbol’ que asombraban al planeta enrojeciendo las manos de tanto aplaudir, con un artista incomparable y varios genios que lo rodeaban.
El paso por las canchas del mundo del brillante equipo de Pelé, al que todos querían ver, lo convirtió en noticia de todas las semanas. Y en todos los rincones se habló de la Copa que ganó en 1962.
Las redes de América se conmovieron con la llegada del Santos. Ganó su grupo marcando 20 goles en cuatro partidos, pero encontró dificultades en las semifinales frente a Universidad Católica de Chile.
Peñarol ingresó directamente a las semifinales, como último campeón, participando por primera vez un segundo equipo uruguayo, el subcampeón Nacional. Los planteles orientales se eliminaron en las semifinales, mientras el Santos seguía su carrera arrolladora rumbo a la final. Derrumbó a todos los rivales. A Cerro Porteño de Paraguay, al Municipal de Perú y a Universidad Católica de Chile. Virtualmente los demolió, hasta que se encontró con un Peñarol empecinado en seguir manteniendo la hegemonía.
Santos era el representante del fútbol espectáculo. Ya todos sabían que había aparecido un genio en el firmamento del balón. Un fenómeno llamado Pelé. Tenía un juego de línea recta, de repentización, de exactitud en los pases, de belleza, de lujos positivos, prácticos y creaciones personales brillantes. Era imparable.
La lucha fue encarnizada. Ganaron un partido cada uno. Sorprendió la victoria del campeón brasileño en el imbatible Centenario. Fue sorpresa porque faltó Pelé, que dejó su lugar a Pagao, que acompañó a Coutinho que metió los dos latigazos de la victoria santista.
En Vila Belmiro, otra vez sin Pelé en la formación abridora del Santos, Peñarol concretó otra de sus hazañas, logrando la victoria por 3 a 2, con dos goles del ecuatoriano Alberto Spencer y uno de Pepe Sasía. El juez chileno Carlos Robles suspendió el encuentro a los 51 minutos, al producirse un serio incidente.
Luego lo reanudó para evitar inconvenientes de alcances incalculables que se presagiaban en las enfurecidas tribunas, pero con el carácter de amistoso. En ese tramo, empató Pepe. A esa altura, aquel gol ya no contaba.
Superada esa barrera en el terreno reglamentario, la Confederación Sudamericana de Fútbol, fijó una plaza neutral para el juego final de desempate. Buenos Aires fue la ciudad escogida. Allí brilló como pocas veces la magia de Pelé y el equipo paulista se quedó con la Copa. Esa noche los cracks brasileños, encendieron todas las luces del talento.
Funcionaron las paredes con Coutinho. Pepe, cumplió un trabajo soberbio caminando la cancha con excelsa clase por la zurda. Organizó ataques, tiró centros sensacionales y se dio tiempo para exponer esa rara virtud que tienen los punteros: cabecear con eficacia. Y Pepe era uno de ellos. Un puntero completo. Con manejo, cabezazo y gol.
Zito, que era el verdadero patrón del equipo, se adueñó del medio campo. Le ganó la lucha al ‘Tito’ Goncálvez, que era el comandante de la franja central en Peñarol. Con la pelota en su poder, la noche se convirtió en fiesta para el Santos. Ataques de lujo, paredes a un toque, tres pases precisos y el miedo estaba instalado en los metros aledaños al pórtico de Luis Maidana.
Así llegó la goleada y la victoria concluyente. Tres veces la pelota durmió en la red de los ‘Mirasoles’. Dos poemas de Pelé y un autogol de Omar Caetano, desnivelaron la balanza. La primera conquista de la Libertadores premió el trabajo ofensivo del once paulista. Fueron los mejores. Claro, si eran indiscutidos en el mundo. Con Pelé en la cancha, el éxito estaba asegurado. El calendario señalaba el 8 de agosto de 1962. Brasil enteró no durmió.