POR RAÚL CRUZ MOLINA
(Quito, julio 7).- Sorprende el silencio sepulcral de la FEF, después del rotundo fracaso en la Copa América. Irrita el análisis irresponsable de Gustavo Alfaro y no me llama la atención, el mutis cómplice de la dirigencia y del ejército de periodistas que se alinean con el poder de turno. Fue una debacle. Esa es la realidad. Qué no nos vengan a contar, que pasamos a Cuartos de Final. Con esa modalidad, nunca antes aplicada, solo se quedaron Bolivia y Venezuela, que jugó con un equipo diezmado por el Coronavirus. Si la pandemia no castigaba al ‘plantel llanero’ era un hecho que ese farolito nos pertenecía.
Los errores fueron múltiples. El equipo se desinfló como por encanto. ‘Lechuga’ jugó al vivo y se hizo el harakiri sin ningún pudor. El caos arrancó en la última fecha eliminatoria. Enfáticamente en el partido frente a Perú en ‘Casa Blanca’. Colocó a Pedro Pablo Perlaza, como titular, cuando era evidente que en Liga no jugaba por problemas disciplinarios. Convocarle fue un disparate. Alinearlo fue ridículo. Y para completar su maniobra desquiciada, incluyó a Carabalí, como abridor en la mitad de la cancha. La derrota nos castigó producto de los desafueros del DT y de la sicosis de un plantel que bajó su nivel de rendimiento, acosado por la inseguridad. Alfaro manoseó e irrespetó a varios jugadores que se habían ganado la titularidad.
Hay muchas voces que señalan que el DT argentino es permeable. Qué se entregó sin reparos al pedido de los dirigentes de la cúpula que recomendaron a jugadores de los clubes que martillan de amor sus corazones. Hay indicios, pero no se puede probar. Lo otro, es que Alfaro tiene una miopía insufrible. En condiciones normales, ningún DT hace lo que hizo el adiestrador argentino, sin temblores de pulso. Acabó con el clima interno por sus decisiones descabelladas y lo que es más grave, terminó poniendo de ‘cara al piso’, a una plantilla que jugó en forma sobresaliente ante Uruguay y bailó a Colombia con un juego fascinante.
Retrocedimos. No hay otra conclusión. Fuimos con un equipo que se nos ocurría estaba aceitado, pero se desmoronó. ‘Dida’ Domínguez ya no es titular. Hincapié sentó a Arriaga. Tiene calidad, el novel zaguero que juega en Argentina, pero cuidado en el análisis. Hay muchos que piensan, que es Daniel Passarella. Aún tiene mucho que aprender y siendo generosos, es lo único rescatable que nos dejó la Copa América de Brasil.
Valoro la tarea de Jhegson Méndez, quizá el único que evidenció regularidad. No tenemos generador de juego. Ángel Mena ya no tiene ese encargo. No tenemos goleador, porque Alfaro puso en el ‘freezer’ a Michael Estrada y prefirió a Leonardo Campana, que no es titular en el equipo de segunda línea en el que juega en Portugal. ‘Lechuga’: los goleadores no se inventan. Basta de ‘becar’ a un ‘9’, que está ‘verde’ para para la competición internacional. Si lo quieren valorizar, primero, que marque goles en su equipo. No hay otro camino. La selección es para los mejores. Punto y aparte.
Por encima de la complicidad de la dirigencia, está claro que Gustavo Alfaro ha perdido el crédito que construyó en el auspicioso arranque de las Eliminatorias. Estamos en zona de clasificación. Es cierto, pero aún falta mucho camino por recorrer. Si no ajustan las tuercas y el Seleccionador no corrige su análisis para escoger a los jugadores, el derrumbe ya tiene colocada la primera piedra. El DT rioplatense tiene que demostrarle al país futbolero, que no es ‘un wafle’, que no se deja endulzar por las voces interesadas que transitan en su entorno. Ya no se puede permitir que vuelvan a tomar vigencia, las viejas prácticas de los tiempos nefastos de Lucho Chiriboga, el hombre que corrompió al fútbol ecuatoriano.
Ni tampoco, la tibieza de Carlos Villacís, que permitió al inefable Gustavo Quinteros, que se burle en nuestra cara. La FEF también debe recordar que fue el ‘arranque eléctrico’ de Alfaro al frente de la Tricolor, el que apagó el incendio que rodeaba al organismo rector, después del escándalo por el intento inexplicable de contratar a Jordi Cruyff. Aplíquense, que el pueblo futbolero no come cuentos.